domingo, junio 11, 2006

2.- MARINA

MARINA


Es la tercera vez que suprime las dos páginas escritas. Se ha metido en un lío con los militares y sabe que tendrá que buscar más información. Se levanta asqueado y enciende un cigarro, le da dos caladas y lo estrella contra el cenicero. No quiere fumar, se supone que ha dejado de hacerlo y los cigarros ya no saben como antes. Miguel es un escritor de fama y vive de sus libros, ganó el premio Planeta hace unos años y “La luz lejana” fue un tremendo éxito de ventas, pero hoy no le sale nada bien.

En la agenda no encuentra a nadie a quien preguntar, casi todos sus amigos hicieron lo mismo que él, librarse del servicio militar alegando cualquier cosa que pudiese servir. Su cuñado estuvo en Canarias en aviación, pero no quiere llamarlo, es un fantasma que suele inventar más de lo que sabe. Busca el teléfono de la editorial para que le faciliten algún contacto, ya lo han hecho en alguna ocasión anterior, aunque no con militares.

Tiene en la mano el auricular y súbitamente lo coloca en su base. Huele a quemado. Mira el cenicero que no echa humo y se gira en redondo buscando la fuente de ese olor. Oye voces que vienen de fuera y se precipita hacia la puerta de entrada, cuando abre la puerta encuentra a Antonio en el rellano y a Marisa, sudorosa y despeinada, que acaba de subir las escaleras acompañada por un bombero. Este último viene gritando:

- Tienen que desalojar el edificio, señores han de bajar a la calle rápidamente.

El bombero sigue subiendo escaleras y se le oye gritar de nuevo mientras aporrea las puertas y los timbres. Miguel indeciso entra en casa y se dirige hacia el ordenador, guarda lo que ha escrito en el disco sobre el que trabaja siempre, y se lo mete en el bolsillo. No sabe qué más puede hacer, coge la cartera, la agenda, el móvil y las llaves; y sale corriendo hacia la calle.

Una gran humareda negra sale por la puerta del garaje, que está abierta de par en par. Miguel cruza a la acera de enfrente, donde se hallan los demás vecinos y algunos curiosos, que se han dado cuenta del suceso. Marisa le informa:

- He llamado yo a los bomberos. Miguel, no me daba tiempo de avisarte, lo siento.

- ¿Sientes el qué? ¡Marisa habla claro!

- Tu coche estaba ardiendo cuando he llegado, después de la llamada he intentado apagar el fuego con uno de los extintores, pero no ha servido apenas para nada.

Uno de los bomberos se ha acercado hacia ellos.

- Amigos, han tenido ustedes suerte por ser pocos vecinos y de que el coche consumiera gasoil. Si hubiera llevado gasolina hubiese explotado.

- ¿Quiere decir que si hubiese habido más coches al lado….?- intenta preguntar Miguel.

- Los coches cercanos se habrían prendido fuego también y seguro que algunos de ellos irían a gasolina. Habría habido una explosión en cadena.

Miguel no se aviene a lo ocurrido y pregunta de nuevo:

- El coche lo dejé aparcado ayer por la tarde ¿cómo se ha podido prender fuego? No lo entiendo. Al menos lleva quince horas aparcado.

- Nos lo llevaremos y los compañeros especializados se ocuparán de averiguarlo. No se preocupe, ellos harán un informe para la compañía de seguros. ¿Lo tiene a todo riesgo?

- Sí…sí, llamaré hoy mismo.

El bombero se despide con un gesto y se marcha. Marisa que está cansada les pide a Miguel y Antonio:

- Vamos a sentarnos al bar de enfrente, estoy muerta.


Han pasado dos horas y Miguel está de nuevo en casa. Ya han avisado al administrador del edificio para que se ocupe de llamar a peritos, pintores y lo que haga falta. Él ha decidido no dejarse llevar por el malhumor y de nuevo se sienta a escribir. El olor a quemado persiste, por la ventana abierta también entra, se levanta y la cierra pensando que seguramente habrá mala olor durante varios días. De nuevo coge el auricular del teléfono y llama a la editorial, sí… conocen a alguien, le pueden decir algo hacia las siete de la tarde ¿estará en casa? No, que pregunten en el hotel Paradyso.

Mete algo de ropa en una pequeña maleta y guarda el ordenador también. Escribe una nota para Verónica, que vendrá a limpiar al día siguiente. Llama al hotel Paradyso y no le ponen problemas, tendrá la habitación de la última vez.

Un taxi lo recoge en la puerta y lo lleva hacia el centro de la ciudad, al lado del mar. Deja el equipaje en el hotel y enfila caminando el paseo marítimo, es agradable caminar bajo ese sol de mayo y notar la brisa del mar. Clara. Si Clara estuviese allí sería perfecto. Comprueba que el móvil está en el bolsillo, pero no lo coge. Se pregunta cuanto tiempo necesitará ella para olvidar sus dudas. Él no las tiene, más entiende que le ha dado motivos para dudar de él. Sentado en un banco recuerda el último día que estuvieron juntos, cuando ella lloraba mientras cogía su ropa de los armarios, le dijo a él que necesitaba tiempo para asimilar tanta traición. Traición. Acertó a decirle:

-Esa palabra tan fuerte no puede darse a una noche alocada, cuando el alcohol enturbia la mente y te olvidas de todo.

-Te olvidaste de mí, cuando te acostaste con otra.

-Eso no es cierto, tú eres la única para mí, ella no fue nada.

Clara solamente lo miró con desprecio, con mucho desprecio. -Tengo que pensarlo- dijo. Y se fue.

Se ha sentido muy solo desde entonces y parece que ella no va a volver. Le ha mandado ramos de lirios de agua, con notas pidiéndole perdón. La ha llamado de noche cuando en la cama encontraba su lado vacío, pero ella no ha querido oír su voz. Cada día que pasa se siente más inseguro de volver a tenerla con él. Cuando lo piensa, como ahora, se pregunta como un hombre puede llegar a ser tan idiota y acabar en una noche con todo lo que más estima, con todo lo que más quiere. Ellos llevaban una vida juntos, construyéndose un futuro estable, buscando la manera de compartir más horas al día. Ahora que ese sueño comenzaba a convertirse en realidad, él en una noche estúpida, en una fiesta más estúpida todavía, embriagado por el alcohol y el deseo, lo lanzó todo por la borda y dejó que su vida navegara a la deriva.

En una terraza de un restaurante conocido del puerto, se sienta a comer a una mesa con mantel de cuadritos rojos y falda blanca. Mientras, contempla los yates y barcas de recreo que el mar mece con sus olas y oye el sonido metálico que producen las cadenas, al chocar contra los palos de las embarcaciones. Siente que es una pena que se tenga que encerrar en una habitación para escribir. Vuelve caminando despacio. En la playa hay gente tirada en la arena, algunos se han quitado la ropa para agarrar en la piel los rayos, poco calientes todavía, del sol de primeros de mayo.

Cuando llega a la habitación, se quita los zapatos y se tumba en la cama. Con el sopor producido por el paseo y la comida se queda dormido hasta las cinco y diez. Se despierta más despejado y coloca el ordenador en la mesa, ya dispuesta para el aparato, y se sienta en la silla giratoria. Deja a los militares aparcados y salta al siguiente capítulo, ahora teclea confiado. A las siete suena el teléfono, tendrá la entrevista al día siguiente a las tres de la tarde. Teclea de nuevo hasta las nueve, el texto ha avanzado bastantes páginas y se siente satisfecho. Se estira todos los músculos del cuerpo y se dirige a la ducha.

Baja por las escaleras y se encamina hacia el restaurante del hotel. Se ha vestido todo de negro, sabe que le sienta bien a sus cuarenta y cinco años y a las pocas canas que han empezado a menudear por su cabeza. Escoge una mesa en el interior que está vacío, el camarero le avisa de que cenará solo, pues en estas fechas, los clientes que aparecen quieren cenar en la terraza. Se encoge de hombros y se queda mirando al exterior a través de la ventana. Se ha tomado una copa y mientras espera que le traigan el primer plato, aparece una mujer joven que se sienta sola en una mesa cercana. No la tiene de frente, pero él ve su perfil. Tiene una bella figura enfundada en un vestido rojo, de los caros, de los que parecen sencillos y no lo son. Su melena castaña brilla bajo las luces que inciden directamente sobre ella.

El camarero le deja la carta y ella la coge y le pide también una copa. Parece que está leyendo, pero Miguel se da cuenta de que está llorando por el ligero y rápido balanceo de sus hombros. El camarero trae el primer plato para Miguel y al ver el estado en el que ella se encuentra, decide tomarle nota más tarde y únicamente le deja la copa. Miguel comienza a comer pero no está tranquilo, coloca la servilleta encima de la mesa y se levanta.

- Perdone, no quiero molestarla. ¿Puedo sentarme?

Ella lo mira a través de las lágrimas, sorprendida por su pregunta y le indica una silla mientras se seca los ojos con el pañuelo.

- No sé cual es el motivo de esas lágrimas, pero no me gusta ver la tristeza a mí alrededor, si puedo hacer algo.

Ella bebe un sorbo del vaso y fríamente contesta:

-Usted no puede hacer nada.

- Mañana no, pero esta noche puedo ofrecerle mi mesa, si usted no lo toma a mal, y mirar de que cene tranquila mientras hablamos de cosas sin importancia.

- ¿Podemos comer en silencio?

- Si es lo que desea, sí.

Los dos se levantan y se sientan en la mesa de Miguel, quien busca con los ojos al camarero. Este, que ya ha visto la escena, se acerca con otra carta para ella y recoge el plato ya frío de él. Miguel la observa leer en silencio y se dice que es una mujer muy bella. Aunque se vean tristes, posee unos grandes ojos castaños, enmarcados por unas finas cejas negras, y la piel de su cara se ve suave y aterciopelada. Piensa que ha visto a pocas mujeres con rasgos tan perfectos. El camarero aparece con el plato anteriormente retirado y ahora de nuevo caliente, y toma nota en su libreta de los platos escogidos. Miguel interrumpe ordenando:

- Para beber, llévese este vino y traiga un cava muy seco, un brut de reserva, para los dos.

Ella lo mira y asiente con la cabeza. Cuando el camarero se retira, le dice mirándole a los ojos:

- Me llamo Marina, Marina Sanpietro.

- Mi nombre es más triste, Miguel Ángel Ruiz

- ¿Cómo el escritor?

- Sí, somos familia. ¿Le gusta leer?

- Un poco. Me voy a separar. Acabo de abandonar a mi marido. Mañana cogeré un vuelo a Madrid.

- Lo siento ¿es inevitable?

Ella asiente pensativa y él cambia la conversación, comienza a contarle acerca del nuevo libro que está escribiendo su primo el escritor. Marina comienza a sonreír mientras cena y entre palabras y risas el cava se acaba. Una nueva botella ocupa el lugar de la anterior y Miguel continua la charla mientras mira satisfecho cómo se ilumina esa cara de cuadro del Renacimiento italiano. No pueden acabar la tercera botella y deciden pedir las llaves y retirarse, por la mañana tal vez puedan también desayunar juntos.

Miguel sube en el ascensor con Marina, tiene las piernas algo flojas y la vista algo turbia, pero galante, se ofrece a acompañarla hasta la puerta de la habitación. Marina, más entera, se ríe y cogiéndose de su brazo se ofrece a acompañarlo a él. Cuando llegan ella le coge la llave y lo acompaña al interior del cuarto. Él cada vez se siente más nublado, pero desea poseer ese cuerpo perfecto. Intenta desabrochar el vestido y ella le ayuda a quitarse su negro atuendo. Les ha costado un poco quitarse la ropa, pero ahí están desnudos y abrazándose en la cama mientras se buscan mutuamente los labios llenos de pasión. Miguel a duras penas se da cuenta de lo que está haciendo, su mente se halla obnubilada por el cava y por el deseo al mismo tiempo. Únicamente ve a Marina, su cabello, su cuerpo, sus senos……

Al girar la cabeza, un terrible dolor le ha retumbado por todo el cerebro, el estómago le ha dado un vuelco y piensa que va a vomitar. Abre los ojos y no ve nada, la habitación está a oscuras, estira el brazo como puede y no encuentra el interruptor. La forma de la mesita es distinta, extrañado se arrastra en la cama y busca a tientas, aún cree que vomitará, ha encontrado la clavija, la aprieta y cierra los ojos heridos por tanta luz repentina. Cuando los abre de nuevo, se acuerda del humo y de los militares – extraño tenemos el cerebro los humanos- le viene a la mente el agua del mar y busca como puede la puerta del lavabo. Esta vez se sienta en la taza para orinar, cuando termina y tira del pomo de la cisterna le vienen las arcadas y los vómitos.

Ahora se encuentra un poco mejor, se da cuenta de que está desnudo y busca el pijama con la mirada. En el suelo se encuentra arrugado su traje negro de la noche anterior. Ahora sí, recuerda a Marina y busca alguna prenda que le confirme su presencia, más no encuentra nada. Coge su ropa del suelo y caen cosas de los bolsillos, el móvil, las llaves de casa, un pañuelo, la agenda… Sigue buscando en los bolsillos, pero no encuentra su cartera. La llave de la habitación tampoco aparece. Mira debajo de la cama y de las mesas y por fin convencido se sienta y comienza a vestirse con esa misma ropa negra, que ahora no le favorece en nada.

Quiere ver la hora que es y busca su reloj, tampoco lo encuentra. Llama a recepción y pregunta, son las cuatro y media de la mañana. Pregunta por la señora Marina Sanpietro y le informan de que pagó la factura a las dos de la madrugada, el conserje cree que ya se ha ido. ¿Equipaje? No señor, sólo trajo una bolsa de mano. Gracias. En ese momento que Miguel cuelga el teléfono se abre la puerta de la habitación y Marina entra, cerrando a su espalda. Él la mira sin decir palabra, ella está sobria y serena. Le da la cartera con una sonrisa:

- He venido a devolvértela. Tu tarjeta viene un poco más vacía y tu reloj está en la muñeca de mi compañero, tú puedes comprarte otro. Te he dejado algo para que puedas pagar y volver a casa.

- ¿Qué me impide coger el teléfono y…?

- Eres un ingenuo, querido. Me di cuenta ayer cuando te vi venir por la playa. Te crees un hombre irresistible y galante, vives demasiado en tus libros. Sí, los he leído y al verte fuiste como un caramelo venido a mis manos. En tus libros he visto cómo eres y como piensas. Yo también escribo ¿Es gracioso, verdad? Si un día me editan, te mandaré un ejemplar.

- ¿Y te dedicas de mientras a hacer de prostituta?

- No me haces daño Miguel, esto para mí no significa nada. Me financia unos meses mientras escribo. Además, voy a decirte la verdad. Eché un narcótico en tu copa de cava y no llegamos a nada en la cama.

- Me hubiese gustado.

- No lo dudo, ya te digo que eres un ingenuo. Me voy. No te aconsejo que llames, si no quieres que aparezca este “asunto” en algún programa desagradable o en las páginas de alguna revista conocida. Mi amigo tiene contactos en ese mundillo y tú no tienes pruebas con las que acusarme. Marina le quiña un ojo a Miguel y caminando muy segura de sí misma, abre la puerta y sale.

Miguel se tapa la cara con las manos durante un buen rato, cuando se destapa los ojos ve la cartera. La registra, no falta nada y las tarjetas también están. Levanta la cabeza y ve su cara reflejada en el espejo. Grandes ojeras le surcan los ojos y el cabello despeinado le da un aspecto patético. Su boca comienza a moverse produciendo una mueca de risa y empieza a soltar carcajadas, ríe con ganas, le lloran los ojos, y sigue riendo. Cuando se serena coge su móvil y llama a Clara. Ella no le contesta y él deja que aparezca la voz del contestador:

- Clara, soy yo. No voy a pedirte otra vez perdón. Te llamo para decirte que estoy seguro de no volverte a engañar jamás. No quiero mujeres de una noche. Te quiero a ti para siempre. He sido un idiota.

Miguel se va a la ducha y cuando sale encuentra en su móvil una llamada perdida. Es el número de Clara.

Han pasado tres meses. Clara ha vuelto a casa y en el garaje descansa un coche nuevo pagado a medias por la compañía de seguros. Hoy ha salido el nuevo libro de Miguel Ángel Ruiz. Por la tarde Clara y Miguel cogidos de la mano se paran a mirarlo en el escaparate de la librería más cercana a su casa. Y allí está, con la mirada al frente, el pecho erguido enseñando título, sin manchas en la portada, como aquellos militares que ahora viven dentro del libro, justo en el capítulo por donde empezó esta historia.

Pero no nos vayamos aún, al lado de ese libro también hay otro de un autor que conocemos. Se titula:” Mis noches vividas” de Marina Sanpietro.